En el panteón las ánimas rezan. Reza el rosario y lo hacen fuerte. Se oye hasta la calle; al menos así lo cuentan algunas personas.
Un día Carlos Ramírez caminaba por la avenida Niños Héroes, cuando el panteón no tenía cerca de alambra. Venia de borrascosa tertulia de Guyesco gusto, como a las once de la noche, al recordar esto todavía se le pone la piel de gallina. Lo cuenta con tan femenil gracia que hasta el mismo se lo cree.
Ya no hallaba como salir de esa calle, Cada minuto se le hacía un eternidad:” ¡El Montón de muertos en coro, rezaba el rosario! Y yo tan Coyón, Soy un marica para eso”- dice – Y también para otras cosas dicen otros.
El Murmullo se fue haciendo lento a medida que él se fue alejando, con aquel pasito tuntún de gacela asustada y célibe. Parecía como si estuvieran velando a un muerto; no había nadie, el panteón no tenía a esas horas vivo alguno. Eso sí, muchos muertos. Carlos no volvió a pasar a esas horas.
El siguiente día era cuatro de Noviembre y al salir de misa saludó a Luis de mano. Ambos se alegraron de estar bien, y cuando llegó a abrir su salón de belleza se puso a trabajar. En el chismorreo, la primera dama que peino le contó que Luis, al que Carlos había saludado de mano, había sido enterrado el día 31 de Octubre.
Carlos dice que sintió como si le fuera a dar el soponcio. “¡Ay que me da Ay que me da!”, le decía a la señora que atendía, y le dio: se desmayó con gracia, como se desmayan las damas en los momentos de fingida aflicción.
Quizá los muertos en el Panteón, que oyó rezar el día anterior, rezaban de verdad por su amigo Luis.