Era una tarde ventosa del mes de Marzo. En el barrio de Santa María todo era paz y tranquilidad cotidiana. Acaso el lejano rumor de voces infantiles jugaban en el aire. Media docena de auras planeaban en los cielos manchados de gris por el idus de Marzo. Un ligero olor a carroña traían los vientos suaves del sur de cuando en cuando. Ese día habían aminorado los vientos. Era una tarde amodorrada y calmosa, así estaban las cosas.
Sentados en las gradas de la crucita vieja, en Santa María, barrio de San Pedro, un grupo de señores platicaba, un grupo de señores platicaba. Eran los caballeros de la capillita. El Sol empezaba a languidecer y las aves emprendían el retorno a sus nidos. Los hombres del barro y del pincel, descansaba después del duro Jornal, ladrillero, macetero, tubero, tejero o monero, bajo aquella sombra pronunciada de la ermita, a pie tirante. Las pláticas se alargaban sobre el tiempo, la vida, los muchachos. Chascarrillos esporádicos daban la nota alegre, pero las pláticas se concentraban sobre las familias que habían hecho su viaje a Talpa.
Asombrados los parroquianos, todo cual uno, vieron por el sur parecer una elegante dama, vestida de negro. Tocada con sombrero alón, espigada, y de buen porte. Surgía de entre los breñales que crecían más allá de la calle Santos Degollado. Sus extraños atavíos le daban un toque de bella distinción, en medio de un aire siniestro. Los vaporosos encajes de su traje, su bolso, su paso acompasado, ligero y cadencioso, la hacía ver como majestad de añeja alcurnia. En tanto los señores empezaban a sentir escalofríos. La cara inefable de la dama denotaba sus grandes ojos y una franca sonrisa. De repente y antes de hacerse más notoria, la dama volvió grupas. Dio media vuelta. Se regresó y se alejó como llegó, su figura se perdió entre la yerba seca y como vino se fue.
Más intrigados que en un principio, los caballeros fueron trae la temporal visión. Las penumbras vespertinas tenían la tarde y pronto la noche cayó. Los señores volvieron a tomar asiento en las gradas de la capilla, sin hacer mayores comentarios. Algunos, apenas entre cruzaron palabras de “buenas noches” para despedirse, pero se les veía ensimismados y otros siguieron en tendida platica. Un silencio sepulcral mantuvo cerrada la boca de la noche, solo se escuchaban los ladridos de algún can, el vuelo de algún tecolote y los cantos del gallo, interrumpían a los pocos que se quedaron a conversar, y los otros atribulados parroquianos que fueron testigos de la visión.
Iba para la medianoche, y los que optaron por seguir con el tema, no terminaban de ponerse de acuerdo, sobre la aparición. No alcanzaban a entender que significado de eso. Las opiniones eran diversas; que a lo mejor era la esposa de aquel fulano en San Pedro fue excomulgado por engañar a su marido. “No… No” dijeron otros “en todo caso no sería una sola mujer, sino una peregrinación”, otros más decían que a lo mejor era un hombre vestido de mujer.
Un compadre de los Martínez aseguraba que ese espantajo no era una sombra, que era de verdad lo que vieron: Era la Abuela de ellos que seguido le daba por vestirse así, que era Judas decía Romero, porque estaba en cuaresma. Mena trataba de meter la razón: lo que vimos, es el retrato de nuestra alma y así está toda negra, lo que tenemos que hacer es rezar. Y siguieron sugiriendo otras posibilidades de lo que podría ser, entre ellas de que era un ánima en pena, “Un alma en pena que nos advierte de algún peligro o es la muerte, pues está muy tilica y flaca”. Casi todos se rieron de él, porque aquella dama más bien parecía viva, aunque no dejaba de tener un aire de siniestralidad, y se fueron a dormir.
Dos días antes, todo había sido jolgorio y alegría en el barrio: había partido la peregrinación a Talpa. Salieron de Santa María en un ambiente oloroso a fe, tres camiones de esperanza. Como las tres carabelas de colón y esperaban llegar regresar colmados de bendiciones.
Los que no fueron a Talpa, se pusieron a trabajar. Quienes hubo que de la esposa, la bendita ausencia aprovecharon para venerar al Dios Baco. Imploraban perdón, copa en mano, por el pecado de prolongada abstinencia; así beodos y bien servidos por los equipales del Parían se vieron.
Al decir del tercer día, de su ebriedad presta sanaron. La noticia era terrible: de los tres autobuses. La noticia era terrible: de los tres autobuses, solo dos regresaron. El otro se había precipitado al barranco y se llevó la vida de dieciocho de sus cuarenta ocupantes. Dieciocho cuerpos presentes en la parroquia de San Pedro recibieron la extremaunción.
Los caballeros de la capilla, a medio reponerse de la tragedia, ocuparon sus sitiales en las gradas de la Crucita de Santa María y muchos días después de los funerales, tocaban el punto de nuevo y llegaban a la conclusión que Rizo, del que se mofaron por su opinión, tenía razón. No había duda que la dama de negro, era la muerte.
El mismo día que se apareció el bulto, y a la misma hora, se estaba despeñando el camión que ya venía de regreso de Talpa. La dama de Negro era la muerte. Hoy varias décadas después de aquello, los señores de la capilla que aún quedan, recuerdan el suceso y se les pone la piel chinita al contarlo.